lunes, 11 de julio de 2011

Lo grande que son las pequeñas cosas


Aunque es una historia ficticia, refleja el problema de muchas parejas, quienes se dedican a una vida de superficialidad, dejando a un lado los pequeños detalles de la vida que evitan que se convierta en un caos (es el vacío sin sentido de la vida cotidiana)

Abrí los ojos y aún estaba oscuro, no eran más de las 4.00 am, volví mi rostro del otro lado de la cama y todavía estaba dormido mi esposo, ambos habíamos trabajado hasta tarde, y en pocas horas debíamos estar en la oficina.

Me senté sobre un lado de la cama y empecé a repasar, así que allí recomenzaba un nuevo día lleno de ajetreo, visitar a unos clientes, preparar informes, reunión con los superiores, comer algo, asistir a las capacitaciones de liderazgo, en fin, en la noche, llegar a la casa a terminar el trabajo que durante el día tan corto no había podido completarse, uno de los dos preparaba la comida y las conversaciones no eran de otro tema que no estuviera relacionado con la oficina, como,  cifras, papeleos, reuniones, esas eran nuestras pláticas. Muy rara vez nos preguntábamos por nosotros, sólo en cumpleaños y aniversarios, había un detalle, una palabra, algún gesto, pero el resto de los días, todo giraba  entorno a las responsabilidades del trabajo, y nada como pareja.

Me calcé con las pantuflas de felpa y tomé el kimono que estaba al lado de la cama, me acerqué a la ventana, abrí un poco la cortina para que la luz de las calles no despertara a Sebástian, todo el suelo estaba cubierto por las hojas de los árboles, una que otra persona trotando por el parque más cercano, las farolas aún iluminaban las calles, también vi varios gatos merodeando por los techos y maullando a la luna llena, que por cierto lucía hermosa, tan grande y radiante, como le caracteriza esa fase, además no habían nubes en el cielo, lo que significaba un día soleado y un poco frío, estábamos por comenzar el otoño, y a esa hora de la mañana tomé la primera decisión del día, llegaría tarde a la oficina.

Rápidamente fui al escritorio y tomé una libreta, de la que arranqué una hoja y tomando un esfero de los que estaban en el portalápices, le escribí una nota: “Sebástian, salí a trotar un poco, voy a llegar tarde a la oficina, adelántate y nos vemos allí”. Lo dejé del lado de mi almohada y me vestí con una sudadera, una chaqueta y un par de tenis. Bajé y abrí la puerta con mucho sigilo, tomé las llaves que estaban a un lado, y con el mismo cuidado cerré.

Hacía tanto tiempo no hacía eso, que me sentí como si después de todo lo que el tiempo que había restringido para dedicarme a mí, estaba siendo recuperado, aunque fueran pocos minutos de ejercicio. Corrí por todo el parque, saludé con una sonrisa a otras personas que hacían lo mismo que yo, comprendí que el tiempo que había utilizado en hacer dinero, lo hubiera podido distribuir entre el trabajo, Sebástian y por supuesto yo. Pero mi decisión fue entregarme del todo a mis obligaciones de la oficina; me sentí apoyada por mi esposo, pues él tomó la misma decisión, trabajar durante toda la juventud para que cuando estuviéramos ancianos, pudiéramos cosechar todo lo labrado, pero lo que ninguno se había dado cuenta, hasta ese día, era que el tiempo se nos estaba pasando, y el ‘matrimonio’ que alguna vez tuvimos,  conforme pasaba el tiempo, se convertía en una relación de trabajo. Pero eso llegaría hasta hoy. Doblé en la siguiente esquina y emprendí mi regreso a  casa.

Cuando llegué Sebástian se encontraba en salida de baño. Me ubiqué justo enfrente de él, y antes de que pronunciara palabra alguna, lo besé, le dije que quería recordar que éramos marido y mujer y no dos compañeros de trabajo, inmediatamente reaccionó diciendo que eso lo podíamos hacer el fin de semana, pero que hoy tendríamos una agenda apretada. Indignada respondí, -nuestro matrimonio se está yendo a pique y a ti sólo te interesa la empresa, de que nos sirve tener tanto dinero, si cuando tengamos más edad no vamos a estar juntos para disfrutarlo, ¿sabes por qué?, porque va a llegar el momento en que nos cansemos de tanta monotonía, y cada uno preferirá reconstruir su vida con alguien más, ¿eso es lo que quieres?

Tiré la puerta de la habitación y bajé a la cocina a prepararle el desayuno; aunque no derramé lágrima alguna, tenía el alma dolida, seguía empeñada en no ir a trabajar ese día; Sebástian terminó de vestirse, y luego bajó a la cocina, pero para mi sorpresa no de saco y corbata, si no como un día de domingo. Lo había comprendido, en escasos segundos, entendió  que si no hacíamos algo pronto, nuestro matrimonio se iría a pique.

Llamamos a la oficina, le dijimos a nuestras asistentes que hoy no iríamos a trabajar, así que aplazara todas las citas y reuniones programadas a la fecha. Sebástian se mostró muy cariñoso durante el desayuno, era picadillo de fruta, digamos que me comí casi toda su ensalada, me largaba todo con su tenedor, mientras yo hacía lo mismo, sí ya sé, fue algo ‘cursi’ pero no lo hacíamos hace muchísimos años.

Salimos a caminar al parque, hacía un día bastante soleado, íbamos tomados de la mano, abrazados, de repente él besaba mi frente, yo su mano, se veía esa ternura que el trabajo nos había arrebatado durante tantos años. Me antojé de comer helado, así que nos detuvimos en el carrito de helados, y detrás de una fila de numerosos niños esperando su turno estábamos nosotros, también a la espera del nuestro, cuando por fin lo recibimos, probé el mío y unté un poco en su nariz, él hizo lo mismo en mi frente, ambos reímos y cuidando de no estropear los helados nos dimos un abrazo.

Tomamos asiento en una de las bancas del parque, a pesar de ser un lunes en la mañana habían muchos niños jugando, algunos a la pelota, otros a la ‘lleva’, los que preferían montar en bicicleta, las niñas jugando a la casita, en fin, habían muchos pequeños, creo que fue por eso que nos contagiamos, hablamos con los niños que estaban jugando fútbol  y le pedimos que nos dejaran jugar con ellos. Reímos a carcajadas, en realidad ellos eran más expertos en el tema que nosotros. Les agradecimos y seguimos caminando. Vimos  un alquiler de patines y Sebástian propuso que prestáramos un par, me costó acordarme porque hacía mucho rato no los utilizaba. Pero con su ayuda conseguí recordar, lo suficiente como para que después estuviéramos apostando una carrera para ver quién era más veloz.

Tropezábamos con mucha gente, pero sólo nos excusábamos y seguíamos adelante, fijamos una meta y quien llegara después, debía pagar penitencia. Me esforcé, en serio que lo hice, pero Sebástian fue más ágil, y me ganó por escasos metros. Me tomó de la mano, sonriendo me dijo debes pagar penitencia, hazme una declaración de amor.

Sonreí, y de inmediato una idea loca se atravesó por mi cabeza. De hecho no era mía, la había visto en un video, <all about loving you> de Bon Jovi. En el mismo parque había un espacio donde se practicaban deportes extremos, no mucho, sólo patineta, escalar una pared, lanzarse de un edificio alto atado de pies, o arrojarse de allí mismo con un paracaídas.
Le pedí un momento mientras arreglaba todo para darle la sorpresa, así que mientras tanto leyera alguna revista, comiera algo, charlara con alguien a espera de que yo cumpliera con mi penitencia. Besé su frente y fui en busca de un aerosol.  Devolví los patines y fui a la calle de enfrente, por suerte había una ferretería, y pude comprarlo allí. Fui a la azotea del edificio, y tuve casi que convencer al encargado para que me dejara marcar un TE AMO en uno de los paracaídas.

Por fin accedió, después de unas cuantas llamadas, largos minutos de espera, me dio la autorización, pero me advirtió que debía pagar un monto adicional. Saqué el dinero que pedía y procedí a marcar el paracaídas.

Nunca me había lanzado de algo parecido, a mis 30 años de edad, era la primera vez que hacía algo tan extremo, pero bueno, debía darle un toque especial a ese día, que marcaría una nueva vida para ambos. Estaba muy nerviosa, en medio de un sin aire escuché las últimas recomendaciones, sólo eran 60 pisos, de qué me preocupaba, no me iba a lanzar de un avión, sólo era un edificio, pronto caería, además, se trataba de una declaración de amor, debía ser valiente.

Y bien, ahí estaba, a espera de tomar la decisión. Llamé la atención de Sebástian con un silbido, cuando lo conseguí me lancé. Un vacío corrió por todo mi cuerpo, podía sentir mi sangre corriendo por todas las venas, tiré rápidamente de la cuerda que abriría el paracaídas, creo que captó la atención de todos porque no dejaron de verme hasta que aterricé, mientras iba cayendo podía admirar la cara de felicidad de Sebástian, una mezcla entre sorprendido, alegre, el ver que venciera el miedo a lanzarme de algo así.  

Cuando aterricé corrió a abrazarme y decirme que él también sentía lo mismo, su voz casi que quebró diciéndome un gracias, por devolverle eso que hace mucho tiempo no sentía, por devolverle la felicidad que el trabajo le había arrebatado. Me alegra que lo entendieras, respondí a tan conmovedoras palabras. Ambos mantuvimos abrazados, mientras la multitud aplaudió nuestro amor.

Algo apenados por lo sucedido, sólo sonreímos y nos dimos un último beso en público, ya era algo tarde, el día se había pasado disfrutando de esas pequeñas cosas que hacía ya bastante tiempo no vivíamos. Desde una tomada de mano, hasta el tiempo que nos dedicamos para nosotros. Hacer a un lado las reuniones y asuntos laborales, para vivir el día como pareja y no como compañeros de trabajo. Eso fue lo mejor de aquél día.

A partir de ese día las cosas cambiaron, bajamos la intensidad de trabajo, habían más charlas entre los dos, ya no se trataban de asuntos laborales, acordamos dejar todo eso en la oficina, que nuestra casa fuera refugio para avivar la llama del amor, largas horas de conversación, pero que alimentaban el sentimiento,  tardes de películas los fines de semana, cocinar el almuerzo, la cena, en lugar de comer en finos restaurantes, sacarle jugo a cada momento que pasáramos en pareja. Eso era lo importante, aunque al hacer a un lado tanto trabajo, redujo nuestros ingresos, con el que quedamos fue el suficiente para vivir cómodamente, si queríamos salir de vez en cuando, hacer algún viaje, visitar a viejos amigos, parientes, en fin. Darle la importancia a esos detalles tan pequeños pero que si no fueran por ellos, la vida sería vacía y rutinaria.

Esta fue la experiencia que nos ayudó como personas y como pareja y que hoy compartimos a quienes lean este escrito.

FIN.

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